domingo, 30 de mayo de 2010

'El último hombre sobre la tierra', ecos de la guerra fría.


La guerra fría mantuvo en vilo a la opinión publica durante años, esto dio lugar en el arte a numerosas representaciones e historias postapocalipticas mediante las cuales el ciudadano de a pie podía sublimar los sentimientos catastrofistas que había en el ambiente. El cine por supuesto no fue una excepción y se baso en ocasiones en historias originales y en otras en adaptaciones para llevar a cabo su función terapéutica. El último hombre sobre la tierra (The last man on earth, Ubaldo Ragona, Sydney Salkow, 1964) representa la primera adaptación de la novela de Richard Matheson Soy Leyenda. Tanto la obra literaria como la fílmica relatan la vida de un hombre en un mundo poblado por vampiros, probablemente el último ser humano del planeta. El hecho de narrar el día a día de una única persona cuya jornada consiste en cazar vampiros de día y resistir ante ellos de noche, hace que la primera parte de la película se resienta y se convierta en una tediosa sucesión de planos expositivos, durante los cuales conoceremos los pensamientos del protagonista introducidos mediante voz en off. Aun así no carece por completo de interés dado que en ella residen algunos de los momentos que mejor caracterizan al personaje de Robert Morgan (Vincent Price). Las escenas de Morgan recorriendo la ciudad para suplirse de sus necesidades (ajos, espejos, gasolina) o la de un Morgan con mascara antigás arrojando los cadáveres de los vampiros cazados a una gran pira común, y la frialdad con la que realiza todo esto, demuestra la cotidianeidad con la que lleva una situación, el saber que todas las personas que conocía están ahora muertas o peor, que en un primer momento se antoja estremecedora. Esta aparente entereza ante tan dramáticos hechos se ve quebrada en ciertas ocasiones de forma que el espectador pueda empatizar con el personaje y verlo de forma más humana. El calendario pintado en la pared que va tachando día tras día y algún esporádico ataque de ira, hacen de Robert Morgan un personaje corriente en una situación anormal y lo humanizan en comparación con los seres que acechan su casa cada noche. Estos seres, mitad vampiros mitad zombis y en apariencia totalmente inofensivos son quizás el punto flojo de la película. El momento en el que Morgan se queda dormido tras haber ido a visitar a su esposa muerta al cementerio y cómo vuelve a casa de noche enfrentándose a estos seres a base de empujones es de una simpleza que convierte a la principal amenaza del film en algo completamente inofensivo.


La película mejora considerablemente durante su segunda parte, un extensísimo flashback en el que vemos como Robert Morgan, científico en un laboratorio, trabaja incansablemente para descubrir la cura contra el virus que está diezmando a la población. También conocemos a su mujer Virge (Emma Danieli), a su hija Kathy (Christi Courtland) y a su amigo Ben (Giacomo Rossi-Stuart), que de vuelta al presente será el ser que golpee su puerta noche tras noche incitándole a salir. La mayor apertura de la película mediante la incorporación de nuevos personajes y escenarios hace de esta parte mucho más entretenida. Además contiene algunos de los mejores momentos del film. En una escena en la que el ejercito está arrojando masivamente a ciudadanos muertos a una gran fosa común en la que poder quemarlos para evitar que resuciten, aparece Morgan buscando desesperadamente a su hija, a quien acaban de llevarse, antes de que la arrojen a la fosa, finalmente, abatido, acabará marchándose tras oír la terrible aseveración de un soldado: “Hay muchas hijas ahí. Incluyendo la mía”. Posteriormente, tendrá lugar uno de los pocos momentos de autentico terror del film cuando su mujer muerta, a quien Morgan había enterrado negándose a quemarla con los demás cuerpos, aparezca por la puerta de casa reclamándole.


Es gracias a las escenas de este flashback que se entiende completamente la desesperación de Morgan por encontrar, aun a riesgo de su propia vida, a un perro vivo que ha visto por la calle, y el significado que tiene para él cuando el animal muere y lo sepulta en la tierra. El desenlace de la película, a partir de que los compañeros de Ruth (Franca Bettoia) aparezcan para llevarse a Morgan, supone un paréntesis de acción dentro de una cinta con unas pretensiones algo más trascendentes, lastima el poco presupuesto del film que no permite que estas escenas luzcan como debieran.


Quizás la escena que mejor resuma el pensamiento del film sea la última en la que Morgan, justo antes de morir, diga refiriéndose a sus asesinos “Monstruos, son todos unos monstruos. Yo soy un hombre. El último hombre”. El miedo a lo antiguo, a una forma de pensar que no entienden y que está a punto de extinguirse es lo que lleva a la nueva raza a ejecutar a Morgan, y es el miedo al cambio que estos representan lo que se ve reflejado en su cara antes de morir. La incomprensión y la consecuente discriminación del diferente es lo que lleva a Morgan a su final. Algo parecido a lo que ocurría en el mundo real, dos naciones a punto de enfrentarse debido a la falta de entendimiento, comprensión y respeto. Al final Ruth ya curada y por lo tanto humana de nuevo, le de la espalda a sus antiguos compañeros y a su antigua raza, rechazando por tanto la ideología y la forma de actuar de estos y sale ella sola de la iglesia camino hacia un mundo nuevo.


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