viernes, 21 de agosto de 2015

'Misión Imposible: Nación Secreta', volviendo a los orígenes

La elección de Christopher McQuarrie para ocupar la silla del director de Misión Imposible: Nación Secreta (Mission: Impossible – Rogue Nation, Christopher McQuarrie, 2015) no debería resultar a nadie extraña, en primer lugar por su gran afinidad con Tom Cruise con quien ha coincidido en 3 películas hasta la fecha, dos como guionista: Valkyria (Valkyrie, Bryan Singer, 2008) y Al filo del mañana (Edge of Tomorrow, Doug Liman, 2014) y una como director Jack Reacher (Id, Christopher McQuarrie, 2012), y en segundo lugar precisamente debido esta última película que paso bastante desapercibida en el momento de su estreno pero que sirvió para demostrar que McQuarrie no solo era un buen guionista si no que también podía ser un solvente director. Jack Reacher aunaba un cierto aire setentero con el thriller de investigaciónes en una cinta que parecía una película de acción sin serlo y que no decaía en ningún momento de su metraje. Con un sugerente personaje solitario y de férrea moral obra del escritor Lee Child y un guión construido con unas pinceladas de western y cierta crítica social bien encajada, McQuarrie demostró una más que destacable capacidad tras las cámaras lo que probablemente llevó a Tom Cruise a ofrecerle la dirección de la nueva película de su franquicia personal.


Los cimientos para hacer una película de la saga quedaron firmemente establecidos hace casi 20 años con la primera Misión Imposible (Mission: Impossible, Brian de Palma, 1996) pero tras varios intentos, eso sí, cada vez más acertados, no ha sido hasta este año, con esta quinta entrega, que se han sabido unir los mismos ingredientes en el mismo orden logrando un producto igual de sobresaliente que aquella primera película. Si bien es cierto que en la fórmula que hay detrás de Misión Imposible: Nación Secreta hay una buena cantidad de nostalgia y una cierta revisitación de los pasos andados –pueden apreciarse en ella homenajes más o menos velados a todas las películas de la saga–, no es sin embargo este el eje sobre el que se construye toda la producción como sí lo era en Jurassic World (Id, Colin Trevorrow, 2015). Esta emulación de un pasado glorioso que convirtió la película de Trevorrow en un mero remake disfrazado, en Nación Secreta construye una película con la suficiente entidad como para mantenerse por sí sola y sobresalir sobre las anteriores entregas. En esta entrega se vuelve a los orígenes en los que la Fuerza Misión Imposible estaba formada por un reducido grupo de espías que debían llevar a cabo el más difícil todavía para salvar el mundo. Queda pues atrás toda la parafernalia que rodeaba a la agencia en las últimas entregas de la saga convirtiéndola en una especie de mezcla entre la CIA y el SHIELD de Marvel. Esta vez el equipo está formado por cuatro personas (además del propio Hunt/Cruise, William Brandt/Jeremy Renner, Benji Dunn/Simon Pegg y Luther Stickell/Ving Rhames) y mediante una treta de guión –que recuerda a la anterior película de la saga así como a las últimas películas de Bond, un parecido que se repetirá en varias ocasiones– no dependen de nada ni de nadie que los distraiga de lo que realmente importa, la misión. Igual que en la película de De Palma aunque en menor medida, aquí llega a cuestionarse la propia textura del grupo, su dinámica interna, poniéndose en duda la integridad o lealtad de algunos personajes. Este elemento de duda, de traición, de doble juego, muy arraigado en el cine de espías, había ido desapareciendo paulatinamente de la franquicia alejándola cada vez más de su adscripción al subgénero y acercándola poco a poco al cine de acción más puro. El acierto de Misión Imposible: Nación Secreta es saber coger lo mejor de ambos mundos –el cine de espías y el cine de acción– y unirlo en una única película. La saga vuelve aquí pues a sus orígenes tanto argumental como estéticamente gracias en gran medida al fabuloso trabajo de fotografía del oscarizado Robert Elswit cuyo trabajo de iluminación, especialmente en la secuencia que tiene lugar en Viena es condición sine qua non para el tono global del film. Siendo Elswit el mismo responsable de fotografía que firmó la anterior película de la saga, Misión Imposible: Protocolo Fantasma (Missión: Impossible – Ghost Protocol, Brad Brid, 2011), con una iluminación más ortodoxa, con mucho menor peso de las sombras y los contraluces, queda patente la influencia de McQuarrie en el aspecto final de la cinta, mucho más cercano a la película de De Palma que a la de Brad Bird. También se retorna a los orígenes de la saga en lo que a profundidad argumental se refiere: se llega a abrir el debate, aunque de forma muy somera, de la moralidad de las acciones de los protagonistas. En un mundo de agencias de espionaje, organizaciones terroristas y agentes secretos, ¿quién es el bueno? ¿existe acaso tal cosa o se trata solo de la racionalización que cada individuo hace de sus propios actos? Si en lo que respecta a la unión entre cine de acción y cine de espías Nación Secreta iguala y puede incluso llegar a superar en ocasiones a la película de De Palma, en lo que a profundidad argumental y dibujo de personajes se refiere no puede sin embargo compararse.


Otro de los elementos que aportan su carácter a la cinta es la fisicidad que envuelve toda la película, algo enormemente facilitado por la predisposición de Cruise a rodar sus propias escenas de acción (aquí hay un breve artículo en inglés sobre la filmación de la ya mítica escena de apertura de la película en la que un Airbus 400 emprende el vuelo con Tom Cruise colgado en su lateral). La cinética que McQuarrie otorga a las escenas de acción recuerda al Bourne de Paul Greengrass o –de nuevo- a los últimos Bond (también en la estructura narrativa y en el diseño de los personajes secundarios hay un parecido más que evidente entre esta Nación Secreta y las últimas películas del espía inglés) que llevan las peleas a un terreno más físico, más alejado de los artificios y con unas coreografías basadas en el contacto, cercanas al baile –cfr. El enfrentamiento sobre la tramoya de la opera de Viena o la lucha a cuchillo entre Ilsa Faust (Rebecca Ferguson) y Janik Vinter (Jens Hultén) en el último tramo de la película son dos claros ejemplos de ello–. Esto se aplica también a las persecuciones, la principal de las cuales es una de las mejores que se han visto en cine últimamente. Comienza con una carrera entre varias motos y dos coches en las calles de Marruecos en la que McQuarrie opta por obviar cualquier tipo de música extradiegética dejando que sea el rugido de los motores y la elección de los encuadres los que marquen el pulso de la persecución ayudándose de planos detalle y el uso de la cámara subjetiva. Esta escena pronto deviene una persecución únicamente entre motos en la que ya sí se deja oír parte de la banda sonora del film, obra de Joe Kramer, y que entronca visualmente con una escena similar vista en Misión Imposible 2 (Missión: Impossible II, John Woo, 2000), aunque superándola ampliamente. La única escena en la que se deja de lado esta preeminencia de lo físico es precisamente una de las escenas clave del film, aquella en la que el Ethan Hunt ha de bucear a pulmón en una especie de centrifugadora inundada de agua durante 3 minutos mientras Benji se juega su vida a expensas del éxito de Hunt. Esta escena es ya clave en todas las películas de la saga desde que De Palma comenzara la tradición con el icónico rapel horizontal de la primera película y sirve para marcar el punto álgido de la misión, antes de que todo comience a torcerse. Debido a las características internas de la escena, el director carece de la posibilidad de dialogo con el que marcar el ritmo dramático, asimismo decide reducir casi hasta el mínimo el sonido y opta por eliminar la música extradiegética durante toda la escena apostando por que sea la acción en sí misma la que marque el tono. Estas decisiones y el exceso de CGI –que casi convierten la escena en un rara avis dentro de una película eminentemente física– pasan factura, resultando una escena fallida y carente de ritmo.


Si hubiera que señalar dos puntos débiles en una película por otro lado sobresaliente serían cierto exceso de espectacularidad en alguna escena como la comentada líneas arriba –no el exceso en sí mismo sino el exceso cuando supera las propias capacidades técnicas o presupuestarias de la producción– y cierta ligereza en el tratamiento de los principales temas planteados. Se ahonda más que en las últimas entregas pero no tanto ni tan bien llevado como en la película fundacional. No obstante estos errores parecen más bien intrínsecos al camino tomado por la propia franquicia y en gran medida responsabilidad de Tom Cruise en su calidad de productor y dueño de la marca que achacables a su director que de hecho supo solucionarlos con éxito en Jack Reacher, que tenía una carga argumental mucho mayor y una acción más contenida. Esto hace ubicar a McQuarrie como director a tener en cuenta en próximos años, con un gusto especial por el thriller de los años setenta y la capacidad suficiente como para plasmar con cierto estilo su personalidad en la pantalla.


viernes, 14 de agosto de 2015

'Ant-Man'. Encogiendo Marvel



Vengadores: La era de Ultrón (Avengers: Age of Ultron, Joss Whedon, 2015), supuso para muchos un baño de realidad en dos aspectos fundamentales. Por un lado en lo que a la contextualización que una película como esa tiene dentro del Universo Marvel Cinematográfico (UMC) se refiere y por ende al propio diseño estructural que vertebra el UMC; el patrón de varias películas de personajes individuales que anteceden y dan paso a la gran película colectiva que aúna y supera a todas las anteriores se vio en cierta manera roto al no llegar Vengadores: La era de Ultrón a las expectativas dejadas por su antecesora. Finalmente resultó ser una película atractiva, fiel reflejo del punto en el que se encuentra el UMC en la actualidad y con algunos flecos que dejaban entrever cierto agotamiento de la fórmula, pero en definitiva, y pasada ya la excitación del estreno no dejo de ser otra película más de Marvel, quedando lejos del estatus de gran evento cinematográfico del que disfrutó Los Vengadores (The Avengers, Joss Whedon, 2012). Por otro lado, esto causó a su vez que Marvel Studios en su conjunto bajara en cierto modo del pedestal en el que se encontraba –en buena medida gracias al novedoso para algunos concepto de universo compartido- y entrara en el saco comunitario del cine de acción/aventuras en el que se encuentran el resto de estrenos de la cartelera –algo que la derrota en taquilla por parte de Jurassic World (Id, Colin Trevorrow, 2015) no hizo sino afianzar-. Pasadas ya las novedades que trajo consigo Marvel Studios con sus primeras cintas: la demostración de que una fiel adaptación al cine de la fórmula clásica del cómic-book américano de superhéroes es posible, una nueva fórmula para los estudios de afrontar la producción de blockbusters contratando directores con personalidad para que aporten su grano de arena sobre una base ya predefinida y conocida por el público de antemano, o la ya citada novedad –al menos en el cine en su vertiente más mayoritaria- del universo compartido que tan buenos réditos ha aportado al cómic americano durante tantos años; pasadas como digo estas novedades y vislumbradas ya las trabas que pueden acarrear, el cine de Marvel está posándose poco a poco en el sitio al que pertenece, al mismo nivel que cualquier otra película en cartelera, y es en este nivel en el que deben ser evaluadas sus películas. 


Desde este prisma, la nueva propuesta de Marvel Studios, Ant-Man (Id, Peyton Reed, 2015) aprueba por los pelos. La cinta de Peyton Reed –director contratado tras la fuga de su anterior equipo creativo formado por el director Edgar Wrigth y el guionista Joe Cornish debido a “diferencias creativas”, tema que por otro lado, ha salido a la palestra ya en varias ocasiones en relación con las películas del estudio- sufre de dos de los principales problemas que aquejan al UMC y que haciendo un ejercicio de abstracción y extrayendo la película del mismo, quedan completamente al descubierto. El primero es que Ant-Man solo funciona si la vemos como parte de un todo mayor, pero pierde muchos enteros al verla de forma independiente. La finalidad de Ant-Man no es otra que la de presentar al público un nuevo héroe y todo el microuniverso -nunca mejor dicho- de personajes y conceptos que orbita a su alrededor, de cara a poder insertarlo en futuras producciones colectivas, como la próxima Capitán América: Civil War (Captain America: Civil War, Anthony y Joe Russo, 2016) o la algo más lejana Vengadores: la Guerra del Infinito (Avengers: Infinity War Part I, Anthony y Joe Russo, 2018). Esto funciona en ambos sentidos, Ant-Man está hecha para poder ahorrar tiempo en la presentación de los personajes en futuras producciones, pero por otro lado es necesario haber visto otras películas anteriores y tener unas ciertas nociones de conceptos comunes a todas ellas para poder apreciar algunos aspectos importantes de la trama. Así, secuencias enteras carecen del significado que se les quiere otorgar sin unos conocimientos previos indispensables –cfr. La secuencia en la que el protagonista ha de robar un dispositivo en una nave de Industrias Stark que resulta ser el nuevo centro de operaciones de Los Vengadores en el que acaba enfrentándose al Halcón (Anthony Mackie), uno de los últimos miembros en incorporarse al grupo,  y el significado que este enfrentamiento tiene para el personaje carece completamente de significado si no se han visto al menos Capitán América: el Soldado de Invierno (Captain America: The Winter Soldier, Anthony y Joe Russo, 2014) y la mencionada Vengadores: la era de Ultrón-. Lo que James Gunn hizo a la perfección en Guardianes de la Galaxia (Guardians of the galaxy, James Gunn, 2014) , presentar una película de aventuras  sobresaliente en sí misma, que pese a estar ambientada en un universo compartido no requería de él para el desarrollo de su argumento y dejando además la puerta abierta a la inclusión de los personajes en futuras películas del estudio, Reed no sabe llevarlo a puerto en Ant-Man llegando incluso a utilizar una de las escenas postcredito –sí, hay dos- con la única función de presentar otro héroe más para futuras películas acentuando más si cabe la función de película bisagra que tiene Ant-Man.


En este sentido, es manifiesto el escaso desarrollo dramático de la película, en lo que probablemente tuvo algo que ver el baile de director y guionistas que sufrió durante la preproducción. La trama sigue punto por punto los clichés del género: el héroe que no quiere serlo (Paul Rudd), el mentor que trata de enmendar sus errores en la piel de su nuevo pupilo (Michael Douglas), el villano que fue bueno pero se equivocó de camino y que no es si no el reverso maligno del mentor (Corey Stoll), la chica dura pero en el fondo sensible que al principio no pero luego por supuesto que sí (Evangeline Lilly), los amigos algo estúpidos pero siempre leales sin los que no podría llevarse a cabo la misión (Michael Peña, David Dasmalchian y T.I.), etc. No hay en el guión de Ant-Man ni en su realización ni una sola idea que pueda considerarse novedosa o diferente.


Si este espíritu de película-anexo, sobrevuela todo el metraje, hay otro elemento que cada vez padecen más las películas de Marvel Studios y que aquí, debido a la propia idiosincrasia del personaje y sus poderes, se lleva al paroxismo y es el (ab)uso del CGI. Oscar Brox en la revista Dirigido Por… nº457 de julio-agosto en un artículo sobre el uso del CGI en las películas de Marvel Studios escribe al respecto de Los Vengadores: “ello (refiriéndose al esfuerzo de ILM por transmitir la interpretación de Mark Ruffalo en la cara de Hulk) resulta opacado por las necesidades de la acción, en la que cualquier cariz dramático se sacrifica en pos del virtuosismo a la hora de escenificar lo nunca visto: el ensamblaje, en un mismo plano y en un mismo movimiento, del universo Marvel.” Las películas de Marvel Studios ceden cada vez más peso a los efectos digitales y a la espectacularidad de sus escenas, lo que lleva en Ant-Man a una sucesión de set-pieces técnicamente perfectas pero pobres desde el punto de vista dramático. La destreza técnica a la hora de encoger al héroe y hacerle cabalgar hormigas mientas se enfrenta a su némesis en un mundo formado por objetos cotidianos que resultan gigantescamente mortales para ellos es innegable, pero se abusa demasiado de ello, convirtiendo la película en un gran espectáculo visual pero de escaso contenido.