viernes, 23 de octubre de 2015

Sitges 2015 - Mezcla de géneros

La 48º edición del Festival Internacional de Cine Fantástico de Cataluña, para lo amigos, hoy y siempre, el festival de Sitges, ha disfrutado de variedad, de mezcla de géneros y de una creciente calidad de las películas programadas conforme pasaban los días; por el contrario ha sufrido la sempiterna sobreprogramación que acarrea habituales retrasos en las proyecciones, y la recuperación de la sala Tramuntana como sala de cine, algo que le ha acarreado variadas críticas debido a la discutible calidad de la sala para tal efecto. Este es el resumen de algunas de las películas que allí se vieron (las que yo pude ver) que puede servir a modo de reflejo siempre subjetivo de lo que ha sido Sitges 2015. La gran cantidad de títulos a reseñar me obliga a ser breve y a agruparlos de alguna manera. La inclusión de las películas bajo uno u otro epígrafe es meramente organizativa y en absoluto excluyente, espero que sirva para facilitar la lectura.

Hay 23 películas aquí reseñadas, como digo, brevemente. Permitidme que os invite a aquellos que paséis por aquí a dejar vuestro comentario más abajo, reconoced lo que estéis de acuerdo y discutid aquello con lo que no lo estéis. Un festival como Sitges existe para dar a conocer cine, y para crear debate, debatamos pues.

El western como coctelera de géneros



Tres son los westerns que se proyectaron en Sitges, de los que solo pude ver dos. Dos cintas enormemente diferenciadas entre sí en las que primó, como en tantas otras películas del festival, la mezcla de géneros como seña de individualidad de las mismas frente a su propio grupo. Slow west (Id, John Maclean, 2015), galardonada con la mejor dirección de la Sección Oficial Fantàstic Òrbita, mezcla además de western, buddy movie, road trip y comedia de una forma extraña en la que no sabes muy bien en qué momento va a surgir cada uno de ellos pero que tiene un resultado muy acertado y sirve para modificar el tono de la película de escena a escena. Se trata, en el fondo de una historia de amor no correspondido con estructura de western clásico que va in crescendo hasta llegar a su brillante climax final (mención especial merece el final de la película con un plano dedicado a cada uno de los muertos durante la película). Y hablando de climax final enlazamos necesariamente con Bone Tomahawk  (Id, S. Craig Zahler, 2015), el western protagonizado por Kurt Russell que dejó muy buen sabor de boca en el festival, una película claramente diferenciada en dos partes, también muy diferentes entre sí, la primera, bebiendo de los referentes del género, con cuatro hombres recorriendo el desierto enfocados en una misión. La dinámica personal que se crea entre ellos y el aumento de la tensión conforme se acercan a su objetivo son la clave de esta primera mitad. En la segunda estalla la violencia cuando entra en escena una tribu de indios caníbales, una violencia cruda que bebe igualmente de Sam Peckimpah como de clásicos del terror.

Terror para todos los gustos



En cuanto al género estrella del festival (al menos en cuanto al apoyo del público) ha habido también como es habitual, un poco de todo. Desde el terror más clásico de The Hallow (The Woods, Corin Hardy, 2015), un survival de una familia en un bosque habitado por misteriosas criaturas, que peca de lo mismo que suelen pecar muchas cintas similares, sabe crear la tensión y el miedo en su primera mitad cuando todo son sugerencias, sombras y ruidos, pero se desinfla cuando muestra más de lo necesario. Juega con las convenciones del género de forma efectiva y trata de dejar un poso ecologista tras sus imágenes. Pero si de lo que hablamos es de crear atmosfera sin duda la palma se la lleva February (Id, Osgood Perkins, 2015), una de las joyas del festival, una cinta sencilla con tres chicas jóvenes en una residencia escolar como protagonistas. Sobresaliente en la creación de ese espacio claustrofóbico, aterrador, en el que el miedo rezuma por las paredes, dejando una sensación de desasosiego continua durante todo el metraje. Además February sabe esconder lo que The Hallow muestra en demasía, dejando entrever nada más algo que de otra forma podría haber hundido la película. Otro survival alejado de las anteriores y con influencias del cine sangriento francés de los últimos años es Green Room (Id, Jeremy Saulnier, 2015), en la que un grupo de punk-rock se ve atrapado en el interior de un local regentado por una banda de neonazis violentos liderados nada menos que por Patrick Stewart. Visceral y violenta pero se queda corta tratando de sobresalir sobre sus homólogas, recuerda a algo ya visto.

Adaptaciones desde oriente


Sitges siempre ha sido el lugar al que acudir si uno está interesado por la cinematografía venida de oriente. Los responsables del festival tienen un sincero interés en su cine y siempre han hecho gala de ello en su programación. Este año de las cintas orientales que pude ver tres estaban basadas en un manga y dos dirigidas por el incorregible Takashi Miike, eterno amigo del festival. En primer lugar I am a Hero (Id, Shinsuke Sato, 2015), basada en el manga homónimo y que se llevó el galardón del público. Se trata de una historia de zombies pero conpequeño giro de tuerca (parece que cada historia de zombies que se publica/estrena tiene que tener algo innovador sobre el subénero para ser digna), digamos que es el Walking Dead japonés (no falta de hecho alguna crítica en clave de humor hacia la franquicia americana). La cinta es divertida y tremendamente sangrienta algo que tuvo seguro su influencia en el premio del público que en Sitges suele premiar estas dos facetas. Otra adaptación de manga era Parasyte (Kiseijuu, Takashi Yamazaki, 2014; Kiseijuu Kanketsu-hen, Takashi Yamazaki, 2015) dividida en dos películas, sin duda su gran error. En primer lugar porque hubiera sido necesario un ejercicio de contención para reducir las cuatro horas que dura todo en una sola película. Demasiada pseudo-filosofía y demasiadas ideas que no llegan a desarrollarse, especialmente en la segunda parte mucho más reflexiva y con menos acción que la primera que acaba siendo un refrito extraño sin ritmo y sin conclusión. Tampoco ayuda al resultado global la enorme diferencia de tono entre ambas partes.


El incombustible Takashi Miike por su parte presentaba este año dos películas en la Sección Oficial, la primera Yakuza Apocalypse (Gokudou daisensou, Takashi Miike, 2015) un retorno al Miike más loco y surrealista. Una historia de mafiosos vampiro que dejará grabada en la retina de los espectadores a algunos de sus personajes, totalmente sorprendentes. A pesar de ello (o quizás incluso por ello) la cinta se pasa de surrealismo y de duración, y algo más de contención hubiera ayudado a hacerla más digerible. Algo que no le ocurre a As the gods will (Kamisama no iu tori, Takashi Miike, 2014), quizá porque parte de una historia ajena (otro manga) y tiene menos margen para salirse del camino. Ambas películas reúnen a la perfección el universo del director, con surrealismo, locura y sangre a raudales aunque la segunda acaba siendo un producto más refinado.

Aquellos maravillosos años



Dos de las películas más esperadas de esta edición de Sitges y ambas presentes por partida doble en el palmarés, son sendos homenajes al cine y la cultura de los años 80. Sería interesante estudiar las razones de que el retorno a los 80 esté tan de moda ahora mismo en el cine y en otros ámbitos culturales, y probablemente mucho tendrá que ver con la edad y la evolución generacional de los que ahora asisten a los cines o a este tipo de festivales sin ir más lejos. Centrándonos en las películas, por un lado está Turbo Kid (Id, François Simard, Anouk Ahissell, Yoann-Karl Whissell, 2015), que se llevó Premio Carnet Joven a la mejor película. Dejando de lado la ironía de que una película que homenajea a la cultura dominante hace 30 años se llevé un premio otorgado por un jurado que entonces no había nacido o andaba en pañales, la película es una colorida aventura con mucho de tebeo pulp y de cine de aventuras añejo que funciona sin duda, más allá de cualquier valor cinematográfico, por el homenaje que supone, por el efecto nostalgia que despierta en quienes la ven. The Final Girls (Id, Todd Strauss-Schulson, 2015) por el contrario tiene algo más de enjundia, ha ganado de hecho el galardón al mejor guión, así como el premio especial del jurado. La película realiza un interesante juego metanarrativo introduciendo a unos jóvenes actuales dentro de un slasher ochentero y va más allá del mero homenaje poniendo sobre la mesa la comparación intergeneracional o la relación de una joven con su madre fallecida. Diversión y sangre pero bien elaborado.


Me voy a tomar la libertad de incluir bajo este epígrafe la película Cop Car (Id, John Watts, 2015), en la que dos niños tienen que huir de un enloquecido y excéntrico policía interpretado por Kevin Bacon a quien han robado su coche patrulla. La película está ambientada en la actualidad y no hay en ella ningún elemento consciente que la ligue a un tiempo pasado, pero, y esto es sin duda una visión personal, podría ser una película dirigida por un joven Steven Spielberg a comienzos de su carrera. Es un estilo de hacer cine, de road movie, que ya no se ve y destaca sobre todo la caracterización de los niños que realmente son niños y actúan como tal, algo que tampoco suele verse en el cine de Hollywood desde hace muchos años.

Drama humano


Bajo este genérico epígrafe quiero meter tres películas que tomando el fantástico como origen, tienen como punto en común el drama humano de sus personajes por encima de cualquier otra consideración de género. En primer lugar estaría la onírica Endorphine (Id, André Turpin, 2015) que habla sobre el estrés mental mal tratado, los descubrimientos de la adolescencia o la sexualidad en un viaje enrevesado en el que tres mujeres (¿o es solo una?) encuentran cierto tipo de enlace a través de los sueños. Su director fue anteriormente director de fotografía y su trabajo al respecto es de lo mejor que pudo verse en el festival, no solo en cuanto a colorido o impacto de las escenas (Macbeth tiene mucho que decir ahí) si no al trabajo puramente fotográfico de encuadre, enfoque y composición. Aún así, la historia se resiente por lo onírico de la propuesta y no llega a dejar el poso que pretende.


Otra de las grandes esperadas del festival era Maggie (Id, Henry Hobson, 2015) un drama zombie con Arnold Schwarzenegger como protagonista. La película plantea una infección que convierte a las personas en zombies pero cuya transformación dura varias semanas. El tiempo que el padre pasa con su hija mientras esta se va transformando es el motor de una historia contemplativa en la que podemos apreciar al actor austriaco en un registro alejado de lo habitual. La película funciona correctamente aunque con un ritmo demasiado plano que hizo que el público que tanto la esperaba se sintiera algo decepcionado con la propuesta.

Por último Into the forest (Id, Patricia Rozema, 2015), proyectada en la gala de clausura. Un drama postapocaliptico en el que en un mundo que ha perdido toda clase de energía, dos hermanas han de sobrevivir retrayéndose cada vez más hacia sí mismas y hacia la naturaleza y alejándose de la civilización. La cinta levantó cierta polémica por sus supuestos mensajes, pero más allá de polémicas inanes, es una película intimista y naturalista con dos interpretaciones sobresalientes y una solida puesta en escena.

No solo de fantástico vive el hombre


Están a continuación una serie de películas que se proyectaron en la Sección Oficial o fuera de ella y que comparten un extraño encaje dentro de un festival de cine fantástico como Sitges. Algunas completamente ajenas al género.


Dentro de la Sección Oficial estuvieron Macbeth (Id, Justin Kurzel, 2015) y  Schneider vs. Bax (Id, Alex van Warmerdam, 2015), dos películas enormemente opuestas entre sí. La primera, protagonizada por Michael Fassbender y Marion Cotillard. Una película brillante, narrada a base de sangre, fuego y niebla, muy oscura en su fotografía y en su tono. Una película cruel y descarnada con desarrollo muy lento y la dificultad de contar en su guión con las mismas frases que William Shakespeare escribió sin adaptación alguna. Una película para disfrutar con tranquilidad, quizá mejor fuera de un festival de estas características. Por su parte Schneider Vs Bax, otra de esas mezclas de género que tanto han abundado este año, una historia de un asesino a sueldo que ha de acabar con la vida de un escritor drogadicto, con abundancia de una comedia acidísima que no sabes cuándo va a aparecer pero que provocó carcajadas en la sala en las escenas más sorprendentes. Sin duda otra de las grandes sorpresas del festival.


Fuera ya de la sección oficial pude ver Youth (Id, Paolo Sorrentino, 2015), Life (Id, Anton Corbijn, 2015) y Last days in the desert (Id, Rodrigo García, 2015), curiosamente las dos primeras son dos de las mejores películas que vi en el festival. Youth está protagonizada por dos monstruos como Michael Caine y Harvey Keitel en estado de gracia en una bellísima historia sobre la vejez, la amistad y las relaciones paternofiliales con un uso de la música que marca literalmente a modo de diapasón el ritmo de la cinta, cada vez que suena un tema, la película avanza. También con un uso de la música excepcional  destaca Life (quizá la más ajena al festival, una elección extraña), que es, más que la historia de James Dean, la historia de unas fotografías, y de cómo estas instantáneas cambiaron la vida de sus protagonistas, en el caso del fotógrafo a mejor, en el caso del actor marcaron el comienzo del fin. La música de jazz parece emanar de las propias imágenes, hasta el punto de dudar de si es así o si es la imagen la que surge de la música.

Otra rara avis del festival fue Last days in the desert, una fábula sobre el periodo de Jesucristo en el desierto protagonizada por Ewan McGregor por partida doble (interpreta a Jesús y al diablo). Una historia sobre superar al padre y ser uno mismo, sobre encontrar un camino personal en la que estaca el uso del desierto como acompañante del personaje, con un efecto cuasi hipnótico, los personajes son parte de ese desierto, y el desierto es parte de ellos mismos.

Una sorpresa y un documental



Zoom (Id, Pedro Morelli, 2015) es una de esas películas de las que no sabes nada y te sorprende gratamente. Si Final Girls usaba la metanarración para introducir a unos personajes dentro de una película, Zoom es metalenguaje en su más alta expresión. Una dibujante de cómic está dibujando una historia sobre un director de cine que a su vez está dirigiendo una película sobre una escritora, que como no podía ser de otro modo está escribiendo un libro sobre la dibujante de cómic primera. Ficción dentro de la ficción dentro de la ficción. La ficción como terapia, como modo de superar las inseguridades, los miedos. Una puesta en escena magnífica con estilos claramente diferenciados para cada una de las tres historias aunque sin embargo tiene un final algo incoherente con el resto de la película que empaña en cierto modo el resultado final.

Por último, el documental Smoke and mirrors: The story of Tom Savini (Id, Jason Baker, 2015). Uno de esos documentales que tan bien encajan en Sitges, que cuenta la vida de una de las estrellas del género, el maquillador, doble, actor y director Tom Savini, bien conocido por todos los asistentes al festival. La película es el típico documental biográfico mostrando la vida de Savini desde su infancia hasta la actualidad y explicando partes desconocidas de su vida y carrera, quizá algo acelerado en su desarrollo pero sin duda interesante y lleno de curiosidades para los interesados en el género y el personaje, más aún con la presencia del mismo Savini en la proyección.